20090912

Mi Buenos Aires Querido

Capital, capítulo 1

Para cualquier pueblerino, la experiencia de viajar a la ciudad, puede resultar excitante. Esta “morocha” sin embargo, nunca se ha sentido atraída por los baños de multitudes que pueda aportar una capital.
Los trayectos de 5 horas empiezan a parecerme fugaces suspiros, a pesar de que aún no consigo conciliar el sueño en movimiento.
La llegada a la estación a las 7 de la mañana se hizo menos pesada gracias a las cualidades culinarias de Álvaro, vertidas sobre un bocadillo de salchichas, huevo y jamón frito (¿Qué mejor forma de comenzar en día?).
A las 10 pude certificar que el alquiler de pisos por Internet es real. Por 33 euros cada uno, nos hospedamos 3 noches en un departamento situado en el corazón de Buenos Aires.
Los que me conocen, saben que mi parsimonia común se transforma en inquietud cuando se trata de conocer mundo. Así pues, con mis tres amigos y el detallado planning que había elaborado para ese día, guié a la expedición que nos llevaría a conocer el microcentro de la ciudad.
Después de contemplar los Obeliscos de París o Turquía, el de la Avenida 9 de Julio, aunque grandioso, tan sólo era otro masacote erigido entre carteles luminosos y edificios clásicos y de cristal. Por otro lado, si pueden llegar a inquietar la multitud de carriles que recorren la misma avenida. Al llegar a la Plaza de San Martín, se puede obtener una visión global de la cantidad de gente que viene y va, de los contrastes entre la comuna de infelices que ahogan sus penas con vodka en el parque, y los matrimonios que visten La Martina mientras enseñan a sus churumbeles (¿tendrá esa marca también modelitos infantiles?) la exposición de osos de todos los países del mundo, situados en medio de dicha plaza. Terrórífico el de España, por cierto, que capitaliza su imagen en el talento (no puesto en duda) de Dalí, y los estadounidenses tan originales como siempre, con su oso coronado y portando una antorcha.
La Casa “Pink”, aunque hermosa, no difiere mucho de las casas munomentales españolas. La mezcla de estilos aportados por las distintas comunidades europeas puede verse reflejada en cada fachada.
Pero es cierto eso de que los argentinos saben venderse;si en el Parlamento o en el Congreso en España, te acogieran morenazos a lo soldadito de plomo, que te guiasen por pasillos espejados…otro gallo cantaría. Ninguno cantó, por cierto, en el Congreso en Buenos Aires, eso sí, para las fotos “mu bonito”.
En conclusión, los centros turísticos son sólo eso, zonas para extranjeros con impresionantes monumentos donde tomar una instantánea y salir huyendo. Y es que cuanto más viajo, más concluyo que las ciudades hay que vivirlas, que sentirlas. Fue por eso, que caída la noche, nos dirigimos a Palermo Soho, que una vez más, me pareció una copia, eso sí, una buena copia, del Soho newyorkino.
Lo mejor para seleccionar un sitio para comer, no es creer en la sagrada guía; suele ser seguir a gente que conozca la zona y entrar en el restaurante de su elección (obviamente si es un vegetariano, ni en pedo). Un grupo de niñas bien del lugar capitaneó nuestro equipo hasta una especie de brasileño moderno llamado Garum. La música jazz en directo y sus músicos ensombrecieron los elevados precios de la carta. El vino blanco excelente. No podemos afirmar lo mismo del servicio ( copas distintas, derrames de vino y en orden incorrecto de servicio, comida fría una hora y media después de pedirla…). El risotto de mar de Chema fue lo único que alcanzó las espectativas.
Cuando además de dejarte los ojos abiertos con la cuenta te dicen que no aceptan tarjetas, no puedes más que resignarte, y en mi caso, robar una preciosa vela. ¡No se escandalicen! Algún consuelo debía tener…
El hombre, dicen, es el único animal que cae dos veces en la misma piedra. No escarmentados, seguimos a un gran grupo de alemanes en busca de un sitio para salir. Gracias al cielo, esta vez fuimos afortunados. Un espléndido local de estilo budista cuyo nombre no consigo recordar, nos devolvió la esperanza. Entre bandeja y bandeja de exquisitos olores y decoración (malditas niñas pijas que nos condujeron al brasileño), cantos de sirenos con sabor a pop-rock del antiguo, hicieron las delicias de estos españolitos. Al parecer estábamos frente a un famoso ex-actor y un famoso batería. Nunca escuché algo igual ni a tan poca distancia. A un escaso metro, el bajista me hacía un guiño mientras intentaba seguir la letra de “kiss”. Fue entonces cuando sentí que estaba viviendo a esta tierra vibrar bajo mis pies, comenzaba a mezclarme con Buenos Aires, mi Buenos Aires querido.

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