20090913

Reflexiones sobre el ciudadano europeo

Tengo la certeza de que si hace algunos años atrás me hubiese cuestionado sobre cómo debiera ser un ciudadano o ciudadana de Europa, habría caído en el error de divagar inconstante acerca de los derechos y deberes del ser humano.


Tiene suerte el europeo y no lo sabe, o mejor dicho no lo reconoce. Ahora, en medio de esta crisis mundial que nos azota económicamente, y por ende también en cuanto a lo social concierne, las depresiones por lo que ya no tiene arreglo ensombrecen aquello por lo que debiera vivirse.

Pienso en las antiguas generaciones, esas abuelas que recuerdan a sus nietos el hambre de la guerra cuando no quieren comerse los fideos. Paseo por las calles de Buenos Aires, donde ahora me encuentro, y al comprar un helado de dulce de leche, escucho atenta las palabras del tendero, me habla del Corralito, luego el taxista, que se lamenta de que su gobierno no utilice los recursos del país por el bien del pueblo…¿Cómo puede llorar por las esquinas el europeo?

No debería perderse el espíritu, la sonrisa, el optimismo, pues son el alma de lo que seremos. Somos nuestras ideas, aquello en lo que creemos. Algunos hablan de datos sensibles, de abrirse a las tendencias sexuales, a las religiones, a la política. No es mejor aquella persona que deja pasar por su mente todo esto. No es más considerado el que grita estar a favor de los matrimonios homosexuales, estrecha la mano de un budista siendo cristiano, o vota en blanco llegado el momento. Y no se asusten, lo que quiero decir es que nada de eso debería importarle al europeo. El corazón de cada uno se mide de otra forma, ni siquiera cabe preguntarse por ello.

Ahora repito que somos aquello en lo que creemos. Pero porque creemos en bondad, en evolución, en cambio, en naturaleza. No me interesa saber si la abuela que riñe al niño se escandaliza al ver dos chicas comiéndose a besos, ni si el tendero que derrama el sirope sobre mi helado pronuncia cada tres horas sus rezos, o si el taxista pertenece a algún partido obrero. Sin embargo me importa la educación que recibe ese niño, y que le servirá para seguir creciendo, me alegra que personas que lo han pasado mal, como mi tendero, no dejen en el olvido esos recuerdos, para partir con fuerza de ellos y con una sonrisa, agradecer lo que se tiene en este momento, y por supuesto, aprendo del taxista que cree en el cambio, en el progreso, y no desiste en ayudar en lo que pueda a su prójimo y su pueblo.

No se aprende nada de esto en una oficina, ni en los pasillos del Congreso, tampoco en los libros de texto. Sólo debemos nutrirnos. Les diría que viajen, que vivan como yo lo estoy haciendo. Ni se paren a pensar en presupuestos. Para eso, no hace falta ir muy lejos. La señora a la que ayudamos en el metro, el joven del locutorio del centro…

Hay tantas culturas, tantas formas de ser, tantas historias, muchas de ellas muy tristes, pero fuera de nuestro continente hay todo un mundo queriendo decirnos que no lloremos, que valoremos más todo aquello que poseemos. Desde nuestra piel, a los sentidos, de la hermana a la novia, de los hijos a los nietos, desde la tierra hasta el cielo…

Todo eso debería ser el europeo, pero sobre todo, debería empezar por dejar de llamarse europeo. Somos ciudadanos del mundo, compañeros separados por las circunstancias, por líneas imaginarias que se fueron trazando en el tiempo, por esos datos sensibles que a nadie debieran importar, que nos hacen a veces situarnos en uno o en otro extremo.

2 comentarios:

  1. Europa es el referente político y cultural del mundo

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  2. Anónimo19:00:00

    tienes razón Pili, con la crisis la gente se ha vuelto loca, mientras en otros países siguen con una sonrisa y tiran palante. La gente se cree que somos más modernos y cosmopolitas, pero eso no es lo único importnte. Como bien dices, no basta sólo con ser respetuosos y tener una mente abiertas, no er racitas ni homófobos, sino que hay que olviarse un poquito de que si tú eres de aquí y yo de allí y pensar más en que somos seres humanos todos

    Rocío

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