20090912

DE VOLAR



Voy montada en este avión y aún no soy muy consciente de lo que está sucediendo, de a dónde me dirijo ni cómo cambia esto el rumbo de mi vida. Supongo que siempre me ocurre lo mismo. Este puede ser el motivo de que en lugar de una despedida, haya estado despidiéndome de la gente durante las últimas tres semanas. Aún hoy, mientras hacía escala en Barajas, llamaba a algunas personas para volver a despedirme. No me hago a la idea…cuestión de costumbres.
Y precisamente mientras observaba las nubes sobre el mar en el trayecto a Buenos Aires, pensaba sobre lo curioso de volar. Tampoco es que tenga edad una como para haber volado demasiado, sin embargo así ha sido, al menos cuatro viajes de placer al año, lo que conlleva un mínimo de cuatro aviones cuando no hay escalas. Comienzo a habituarme a todo el trámite, pero siempre hay cosas que me sorprenden.
Cuando llegas a un aeropuerto pequeño como el de Sevilla, sabes exactamente dónde dirigirte y el tiempo estimado de tardanza desde que te adentras en su única terminal y hasta que embarcas. Si madrugas tienes tiempo de facturar el equipaje, tomar un tentempié, comprar una revista y despedirte entre sollozos (la ocasión a veces lo requiere) de quien haya sido tan amable de llevarte. Pero la verdadera odisea comienza una vez se encamina el empedrado camino por los controles de seguridad y restos de vías a seguir hasta el avión.
Me pregunto si esta vez me harán quedarme descalza y sin cinturón. Finalmente no es el caso, pero ya había tomado las precauciones de no coger ningún calcetín con agujeros y llevar unos vaqueros que no cayesen al ser desprendidos de su correa. Aún no hay mucha gente por los pasillos, me da tiempo a hojear una revista insípida antes de toparme con la desconocida tormenta. La susodicha tuvo el gusto de presentarse en forma de grupo de escolares en viaje de fin de curso…se pueden hacer una idea. La cola se hace eterna entre comentario y comentario de pubertad efervescente, y siempre aparece el personaje clave que te hace la espera más amena(o eso cree él). El personaje en cuestión cobra un papel relevante cuando la víctima es mujer de entre 20 y 35 años viajando sola. Conclusión, me toca. En esta ocasión se trataba del vocalista de un grupo flamenco de algún pueblo de la provincia (de cuyo nombre, si dijeron, no quiero acordarme) que viajaba a Santo Domingo a mostrar su arte (me refiero, of course, al de la música, el de la seducción va a parte).
Imagínense rodeados por un grupo del sexo opuesto, atiborrándoles a preguntas, piropos y ofrecimientos de acompañamientos que nunca llegarán a hacerse. Das gracias cuando compruebas que tu asiento se encuentra lo suficientemente lejos de el de éstos. O quizás no, porque tras quitar a un quinceañero del asiento que escogiste la noche antes del vuelo, compruebas que toda la trupe escolar te acorrala como a cochinillo en época de matanza. Esto conlleva carcajadas y chistes que desde hace unos años no te hacen gracia, pataditas desde el asiento trasero, conversaciones trascendentales sobre el último grano de un tal Pedro y un largo etcétera que puedes suplir gracias a la valeriana que decidiste tomar antes de aquello.
La prensa es habitual en los aviones, y en un trayecto de una hora, lo mejor para estar entretenido. El País pone en portada a Garzón y el suplicio que “el pobre” está sufriendo. Me divierte ver como el chico de mi lado da lecciones de economía y política a su amigo que está más preocupado por la futura Selectividad. Si pego la oreja quizás pueda aprender algo.
Si debes coger un segundo avión y el primero llega con retraso y por añadido a Barajas, sabes que te espera una auténtica maratón. Sales y te topas con un par de famosetes enganchados al mobile phone, apartas a unas amigas con acento más fino que el que aprendiste en el colegio y ves las señales a seguir con una indicación de “20 minutos” hasta tu puerta en cuestión. Una lanzadera, otro control y 19 minutos después, consigues arribar a tu destino. Dos años llevando y recogiendo a grupos en distintos aeropuertos de España y el extranjero y aún se hace raro todo el ajetreo.
¿Han cogido alguna vez un vuelo de 12 horas? Yo aún me pregunto qué habré hecho para merecer este castigo. No quiero ni recordar las 8 horas a la ciudad de los rascacielos. Al menos las tres comidas y pantalla personal con 8 películas, series, documentales y videojuegos te dan baza suficiente para soportar el terreno. Pero Iberia parece estar hecha de otra pasta…
Una comida y un refrigerio (¿qué leches es un refrigerio?) para soportar la acumulación de sangre en tus piernas y cabeza durante todo ese tiempo. Una pantalla a compartir por seis personas con 2 películas sin elección posible en todo el trayecto. Azafatas que difícilmente se ablandan ni con la mejor de tus sonrisas (¿estarán estreñidas las muchachas de tanto vuelo parriba y vuelo pabajo?). Todo se plantea un tanto complicado…
Otro factor en todos los vuelos son los compañeros de viaje. Siempre tengo la suerte de caer en un asiento en medio y con un gordo a cada lado. No es que yo tenga nada en contra de la gente rellenita, muy al contrario. Sin embargo deberían llevar un control sobre como sitúan a los pasajeros de esta envergadura, ¡dos juntos no, por favor! Así que desde hace tiempo he optado cada vez que puedo por escoger con antelación los asientos en las salidas de emergencia y en ventanilla. Piernas estirada, espacio para mover tus cosas y con la única responsabilidad de tener que abrir la puerta de emergencia y ayudar a salir a la gente en caso de accidente…
La compañía siempre es curiosa. No, no me he pasado doce horas conociendo al argentino de mis sueños, o simplemente al hombre más deseado, o simplemente a una persona que te de vidilla durante algunas de las horas más agobiantes del último mes. En la rifa salió: Holandesa vegetariana que pide menú especial que huele a perro muerto y que se pone a dormir con el culo metido en tu lado del asiento y cuando se aburre te da la tabarra en inglés distrayéndote de lo que estás haciendo con preguntas que no vienen al caso.
Pero finalmente, al borde de un ataque de nervios y tras más valerianas contrarrestadas con unas 6 coca colas (lights por favor) llegas a tu destino. No acaba aquí el periplo aeroportuario. Más controles, visados (darte cuenta de que ir una mañana a Cádiz a por un permiso no sirve de nada) y recogida de maletas, hasta cruzar las puertas que te separan de tu nueva realidad. Esto va seguido de un shock momentáneo al ver que tu transfer (dícese de la persona que te recoge en el aeropuerto y te lleva a tu hotel) es el único sin enchaquetar y con malas pintas. Gracias el cielo argentino el que me llevaría en su vehículo durante 33 kilómetros sería otro amable treintañero que no dudó en acompañarme hasta la mismísima puerta del susodicho hotel (propina en mano, todo ha de decirse).
Estoy aquí, empiezo a creérmelo, comienza la aventura.


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